¿Dónde está el yo?
¿Quién es ese yo?
¿De donde sale ese protagonista que toma las decisiones?
Cuando uno hace estas preguntas las personas se sorprenden, les parece algo tan evidente que no les supone ninguna duda.
– El yo… pues soy yo.
– El yo es uno mismo.
– El yo es la persona que está aquí.
– El yo es este cuerpo que le observa……etc, etc, etc.
Las respuestas más peregrinas surgen de esta pregunta.
Es una pregunta importante.
Si uno reflexiona íntimamente sobre esta pregunta encontrará muchas respuestas, dos de esas respuestas serán:
1.- El yo no puede definirse por lo que es, sino por lo que no es.
2.- Así como el ojo no puede verse a si mismo, el yo no puede encontrarse a si mismo de forma sincera, frontal y directa.
Dicho esto, busquemos juntos el yo.
¿Cuándo aparece el yo?
Inicialmente, al principio de la vida, cuando la persona tiene unos 12 o 18 meses aproximadamente, aparece el concepto de propiedad.
Aparece el “mío”.
Esto es mío, aquello es mío.
Solo se pronuncia la palabra “mío”, no hay un sujeto.
Muchos niños a esa edad no se identifican consigo mismos, sino que se llaman a si mismos por su nombre.
Construyen frases simples en las que al final aparece su nombre como propietario de algo.
Es un poco más tarde cuando aparece el yo, cuando el pequeño se identifica a si mismo en un espejo y empieza a tomar conciencia de que es (cree que es) un individuo independiente.
También es muy significativo que durante la infancia, cuando ya está establecido el yo, uno se señala al pecho cuando habla de si mismo, se toca el esternón.
Se señala junto al corazón con el dedo índice para indicar “yo”.
Podríamos por tanto ubicar el yo en el pecho, pero no, parece evidente que nadie “siente” el yo a la altura del pecho.
Desechamos por tanto que el yo esté en el pecho.
Indaguemos un poco más.
Más adelante, parece que el yo se desplaza a la cabeza. La identidad del ego, del yo, se establece en la cabeza, se asocia con el cerebro pensante.
Seguimos apuntando con el dedo al pecho cuando hablamos de “mi”, pero la sensación es que quien controla, quien conduce, quien maneja, quien toma las decisiones, está (o es desde) la cabeza.
¿Acaso yo soy el cerebro?
¿Acaso yo soy el cráneo?
¿Acaso yo soy el encéfalo?
¿Acaso yo soy la neurona?
¿Acaso yo soy los músculos faciales?
¿Acaso yo soy el tálamo?
¿Acaso yo soy el hipotálamo?
¿Acaso yo soy el bulbo raquídeo?
Para que seguir….
Evidentemente yo no soy ninguna de esas cosas.
Quizá el yo no esté en la cabeza tampoco.
Quizá solo sea un error de interpretación, un malentendido universal.
Tal vez, tal vez.
¿Dónde más puedo buscar el yo?
Debe estar dentro del cuerpo, no se concibe que el yo esté fuera del cuerpo ¿verdad?.
Analicemos pues el cuerpo.
Yo no soy el cuerpo burdo, no soy lo que en hinduismo se llama dathu, los siete dathus.
1. Rasa – Linfa
2. Rakta – Sangre
3. Mausa – Músculo
4. Meda – Grasa
5. Madhya – Tuétano o médula ósea
6. Asthi – Hueso
7. Shukra – Semen (u óvulo)
No soy la linfa, no soy la sangre, no soy el músculo, no soy la grasa, no soy la médula ósea, no soy el hueso y tampoco soy el semen o el óvulo.
No lo soy.
Parece evidente que los dathus sustentan el cuerpo físico, pero el yo no aparece por ninguna parte.
Yo no soy los sentidos.
No soy el oído que me permite oir.
No soy el tacto que me permite tocar.
No soy la vista que me permite mirar.
No soy el olfato que me permite oler.
No soy el gusto que me permite saborear.
No soy nada de eso.
No soy la mente que piensa, ese contenido solo está basado en el conocimiento acumulado.
No soy la memoria.
No soy las esperanzas, no soy los anhelos, no soy la ira.
No soy el miedo ni soy el deseo.
No soy.
Y si no soy todo eso
¿Qué soy?
¿Quién soy?
¿Donde está el yo?
Si se niega todo lo anterior, la conciencia que queda y permanece eso es lo que soy.
¿Yo?
¿Quién ese ése?