(Para L. y para C.)
(Para C. y para L.)
Todo el mundo a lo largo de su vida se enfrenta a dificultades, inevitablemente aparecen momentos y situaciones de dolor y sufrimiento.
Algunos se enfrentan a estas dificultades desde el momento en el que nacen.
Estas personas, estos niños y niñas, son especiales.
Son quienes necesitan un mayor cariño, afecto, dedicación, paciencia, comprensión, apoyo y atención.
Y nos recuerdan siempre que la única finalidad de la propia vida es el Amor Incondicional.
Para uno son tiempos de pérdida.
Tiempos de dolor.
Ratos de ira que tal vez precedan a instantes de calma.
Cuando uno está cerca del fuego puede calentarse, pero también puede quemarse.
Algo me impide escribir esto, pero me sale a borbotones del alma.
¿Por qué pararlo?
No puedo pararlo. No sé pararlo. No quiero pararlo.
Ya sé la teoría.
Bien la sé.
Pero también sé que a veces la teoría no es más que eso, teoría.
La pena, el dolor y la angustia están aquí. Siguen aquí.
Una vez nombradas, identificadas e integradas, son fuertes, enormes, invencibles, terribles, como un gigantesco castillo de piedra que se derrumba poco a poco sobre la cabeza.
Ese castillo no termina de caer, las piedras parecen no acabar nunca.
Me tumban una y otra vez.
Uno se levanta, pero vuelve a caer apedreado.
Cuando todo acaba, meditar sobre las cenizas no es suficiente, los restos siguen revoloteando en alguna parte muy profunda, muy íntima.
Son emociones, tan solo son procesos químicos a los que mi yo más estúpido y mundano pone nombre. Uno ya sabe.
Intento no hacerlo pero no puedo evitar pensar, no puedo evitar imaginar, no sé cómo dejar de soñar. Es una sensación arrolladora.
Siento el peso, el ahogo, el malestar y la ira.
No se puede tratar con la furia.
La furia no entiende de razones.
Hay que esperar a que pase.
Pero ahora está.
Ahora soy furia.
Hace muchos días que soy furia, muchas semanas…
Cualquier cosa que haga, piense, diga o imagine no consolará.
Sé que hay que esperar.
Es un gran error enfocar la pérdida como propia.
Es un gran error enfundarla en términos como “justa” o “injusta”.
Es un grandísimo error.
Pero…
Ahora no quiero pasarlo por alto.
Hoy no quiero olvidar.
No quiero permitir.
No quiero dejar de pensar.
Hacer eso me parecería traicionaros.
Porque creo que si evito, ese esfuerzo irá en mi contra y dañará todo significado.
El tiempo no hace nada, en realidad no es el tiempo el que hace que olvidemos.
Eso lo sé.
Olvidamos para no sufrir.
¿Sino para qué?
¿Qué sentido tiene seguir?
¿Para qué intentar huir si de quién quiero escapar es de mí?
No tiene ningún sentido, es un objetivo estéril.
¿De qué sirve mi furia?
No sirve de nada.
Ni siquiera de desahogo.
Sin embargo me daña a mí y daña a los que están cerca.
Eso lo sé.
Lo veo y lo percibo.
Y lo lamento.
Solo es una reacción, como apartar la mano del fuego.
Una reacción….
Os sueño muchas noches, siento vuestros cuerpos fríos y me despierto muy asustado.
Dormir tranquilo me parece traicionaros.
Es estúpido, lo sé. Pero es así ahora.
Sueño con sangre, pastillas, agujas, deshechos, vías, tubos, pasillos, carros de parada, cansancio, olor a desinfectante, lapidas, entierros, miedos, disculpas, llantos, lamentos, abrazos, sollozos y gritos.
Hay mucha violencia y mucha hostilidad en esos sueños.
Y siento que necesito correr 100 kilómetros hasta estar exhausto y dejarme caer y permanecer ahí, rendido, tumbado y expuesto.
Y siento que necesito derrumbar muros a golpes hasta que me sangren las manos y no pueda más.
Y siento que necesito gritar hasta que se me desgarre la garganta.
Y siento que necesito llorar hasta que se me seque el alma.
Y siento que necesito aislarme, dejar a todos y permanecer solo, sentado, respirando, lejos del mí que soy ahora.
Sin embargo, no hago nada de eso.
Despierto sobrecogido, me siento y permanezco atando al animal salvaje que ha vuelto a escapar y lidio como puedo con mi propia miseria, mi dolor, mi debilidad y mi mediocridad que posiblemente es mucha, probablemente es muchísima.
Y me pongo a buscar a ese que no sufre, le busco una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez, desechando a los farsantes que encuentro y que dicen ser él, una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez….
Y si le encuentro…..
Y si le encuentro…..
Y si le encuentro, entonces miro desde sus ojos, siento desde su alma vacía de objetos pero llena de Amor y plenitud y me calmo, me sereno completamente y soy capaz de sonreir.
Y sé que ese es un YO que no soy yo, pero que está y ES.
Pero eso lo sé después.
Cuando vuelvo a ser yo en lugar de YO.
Pero si no le encuentro, la congoja permanece y se intensifica.
En este espejo en que me veo, todo se nubla.
Y no hay esperanza porque ya no puedo ayudar.
La ira y la tristeza me nublan la vista y me ciegan.
¿Donde está la humildad?
¿Donde está la compasión?
¿Dónde está ese al que conozco y que no sufre?
¿Por qué no le encuentro ahora?
Es la forma en la que se expresa lo que ES ahora.
Ni yo mismo entiendo por qué me afecta así.
Quizá lo entienda más adelante, no ahora.
Quizá.
L.
Me gustaría que tu corta vida sirviera para hacerme mejor.
Deseo con toda mi alma que tu Fuerza, tu Coraje y tu Arrojo me sirvan de inspiración.
Y cuando junte y mire mis manos grandes y arrugadas, pensaré en las tuyas, pequeñas y limpias.
Ya nada puede dañarte.
Pero eso no me consuela.
Adiós L.
C.
Me gustaría abrazarte y curar tus manos, limpiar tus heridas y reír contigo muchas más veces.
Todo lo aprendido permanece.
Ahora causa dolor, pero la semilla enterrada florecerá y permanecerá.
Nuestra risa siempre ganará al llanto.
Nadie puede arrebatarnos lo que ya ha sido.
Aunque ahora el dolor sea intenso, todo tiene utilidad si se hace con Amor.
Hay que comprender la trascendencia de la unción.
Es fundamental entender la importancia de la dignidad del otro, de acompañar al otro, de estar con el otro, de reír con el otro, de llorar con el otro, de escuchar al otro.
Y luego uno se marcha y el otro permanece un poco más.
Descansa ahora, pues tu sufrimiento ya no existe.
Ya nada puede dañarte.
Pero eso no me consuela.
Adiós C.
Con AMOR.
Siempre.