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Dios

Publicado: 11 May 2010 en Reflexionando.....
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¿Quien o qué es Dios?.
¿Por qué lo escribo con mayúsculas?.

Es indiscutible que las palabras condicionan la mente.
Unas palabras lo hacen más que otras.
Dios es una de las palabras que más condiciona.

En nombre de Dios se han desatado las guerras más sangrientas de la historia.
Dios (o mejor dicho, el uso de Dios), implica dolor, sufrimiento y poder, pero también paz, serenidad, tranquilidad, sosiego, calma, compasión y Amor.

En esa palabra está implícito lo mejor y lo peor del ser humano.

El punto común de ambos extremos somos quienes usamos a Dios y lo que significa, lo que creemos que significa o lo que deseamos creer que significa para cada uno de nosotros.

No conozco a nadie que conozca a Dios.
Nadie lo ha visto, nadie puede mostrarle, muchos le rezan, muchos le piden, muchos le claman, muchos le adoran. Muchos defienden “su” Dios y rechazan o atacan el Dios de los demás. Es bastante ilógico e insensato hacer esto. No tiene ningún sentido.

Distintos nombres, distintas representaciones, pero SIEMPRE un nexo común; el ser humano que habla en su nombre.

La percepción de Dios debería ser común, igual, idéntica; pero de hecho no lo es.
“Cielo” es “cielo” en todo el planeta, no hay dudas, no hay luchas, está en el mismo sitio siempre,
siempre arriba, levantamos el dedo y todos señalamos al cielo.
Da igual la religión que profese uno, da lo mismo si ni siquiera profesa religión alguna.
El cielo siempre está arriba, el suelo siempre está abajo.

¿Pero Dios?
Hay muchos “Dios” porque cada uno hablamos del nuestro, del Dios que nos han contado, del Dios que nos han hablado, del Dios que nos han enseñado, del Dios con el que nos han educado, del Dios que queremos ver, el que queremos que nos guíe, el que queremos que nos proteja; el que nos debe mostrar el camino.

En definitiva para un observador serio, todos estos dioses no pueden ser otra cosa que deseos, anhelos y miedos.

Deseos nacidos del “yo” y alimentados por el miedo.
El miedo a morir, el miedo a sufrir, el miedo a estar solo, el miedo a desaparecer, el miedo al desapego, el miedo a recibir el sufrimiento que infligimos, el miedo a sufrir las calamidades que vemos cada día.

¿En que Dios creen todos los que sufren calamidades terribles?

Cuando ya no se puede sufrir más, se alcanza una comprensión directa y genuina de que no hay un Dios que castigue ni hay un Dios que premie.
No puede haber un Dios que premie o castigue. ¿Cómo puede haberlo?

No hay un cielo ni hay un infierno.

Hay deseos (cielo) y miedos (infierno).
Todo creado en torno a algo externo a uno mismo, para poder expiar nuestras responsabilidades, nuestras acciones y nuestros pensamientos.

No hay Dios, no hay tal cosa.
No hay Dios vengador, no hay Dios justo, no hay Dios juez.
No hay Dios en la muerte violenta de un niño y tampoco lo hay en la muerte serena de un anciano.
No hay Justicia (con mayúscula) si conviene a unos y perjudica a otros.

Dios es cada uno de nosotros, por eso es tan diferente.